SIGNIFICADO DE LOS ARTICULO:

EL VESTUARIO Y LOS COLORES LITÚRGICOS EN EL SACERDOTE Y LA IGLESIA.

Los ornamentos utilizados por el sacerdote en la celebración en la Santa Misa pretender ilustrar qué es lo que significa “revestirse de Cristo”, hablar y actuar “in persona Christi”.

Los ornamentos utilizados por el sacerdote en la celebración en la Santa Misa pretender ilustrar qué es lo que significa “revestirse de Cristo”, hablar y actuar “in persona Christi”.

Es normal que cualquier  sociedad o colectivo humano intente encontrar una manera de vestirse que, en cierto sentido, le defina y le diferencie. Pensemos por ejemplo, en los trajes típicos de diferentes regiones, cuya variedad sorprende hasta hoy. 

Recordemos también el vestuario de algunas profesiones, como la de magistrado, o el gorro del cocinero, un “armatoste” poco práctico que, sin embargo, caracteriza perfectamente a quien lo usa.

La ropa tiene una dimensión simbólica que excede a la mera utilidad práctica. Más que cubrir al cuerpo o protegerlo, revela la situación, el estilo y la mentalidad de las personas.

El blanco vestido nupcial representa la virginidad de la doncella; la riqueza de sus alhajas tiene como objetivo realzar la importancia del compromiso matrimonial, bendecido por Dios como un Sacramento. El sayal y el tosco cíngulo del franciscano nos recuerdan sus desposorios místicos con la “Dama Pobreza”, mientras que el rojo vivo de la sotana cardenalicia nos indica la alta dignidad de un miembro del Sacro Colegio y evoca su propósito de derramar, si fuese necesario, su propia sangre por  el Sumo Pontífice.

Los ornamentos sacerdotales:

Revestirse de Cristo

Ese simbolismo que se puede apreciar en la vida cotidiana lo encontramos con una intensidad mayor en la Liturgia, especialmente en la Celebración Eucarística. Cuando el sacerdote se ordena, se reviste de Cristo, y este acontecimiento se renueva continuamente en cada Misa.

Benedicto XVI destacaba, en la Misa Crismal del 5 de abril del 2007, que vestir los ornamentos implicaba renovar “el ‘ya no soy yo’ del bautismo que la ordenación sacerdotal de modo nuevo nos da y a la vez nos pide.

El hecho de acercarnos al altar vestidos con los ornamentos litúrgicos debe hacer claramente visible a los presentes, y a nosotros mismos, que estamos allí “ ’en la persona de otro’”.

Tras afirmar que estas vestiduras sacerdotales son una profunda expresión simbólica de lo que significa el sacerdocio, el Papa acrecienta que “Por eso, queridos hermanos, en este Jueves Santo quisiera explicar la esencia del ministerio sacerdotal interpretando los ornamentos litúrgicos, que quieren ilustrar precisamente lo que significa ‘revestirse de Cristo’, hablar y actuar in persona Christi”.

Conozcamos mejor mediante las explicaciones del Santo Padre cada uno de los ornamentos que el sacerdote utiliza en la Misa.

La mirada del corazón se Debe dirigir hacia el Señor Tras lavarse las manos, pidiéndole a Dios que “las limpie de cualquier mancha”, el sacerdote se pone el amito alrededor del cuello y sobre los hombros y reza: “Señor, poned sobre mi cabeza el yelmo de mi salvación, para luchar victorioso contra los embates del demonio

El nombre de este ornamento proviene del latín: amictus (envoltura, velo) y su origen se remonta al siglo VIII.

Sobre su simbolismo afirma Benedicto XVI en la mencionada homilía: “En el pasado – y todavía hoy en las órdenes monásticas – se colocaba primero sobre la cabeza, como una especie de capucha, simbolizando así la disciplina de los sentidos y del pensamiento, necesaria para una digna celebración de la Santa Misa”.

El vestuario de los eclesiásticos durante los primeros siglos del Cristianismo era idéntico al de los laicos. La prudencia mandaba que en plena persecución religiosa evitaran cualquier signo que denunciase a los agentes del gobierno el “delito” de pertenecer a la Iglesia y de adorar al único Dios verdadero, infracción que en plena época se castigaba con la muerte.

En el siglo VI los vestidos de los laicos sufrirían una transformación completa. Mientras que los romanos influenciados por los bárbaros que invadieron el Imperio, adoptaron el vestuario corto de los germánicos, la Iglesia mantuvo el uso latino de las largas vestimentas, que se convirtieron en traje distintivo de los clérigos y fueron quedando reservadas paulatinamente para los actos sagrados.

De ahí proviene, entre otras prendas, el alba, una túnica talar blanca. Al revestirse con ella, el sacerdote reza: “Señor, purifícame y limpia mi corazón para que, purificado por la sangre del Cordero, pueda gozar de la felicidad eterna”.

Esta oración hace ilusión al pasaje del Apocalipsis: los 144 mil elegidos “han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero” (Ap.7,14). Evoca también el vestido festivo que el padre del hijo pródigo le dio a éste cuando regresó sucio y andrajoso a la casa paterna; igualmente al vestido de luz recibido en el Bautismo y renovado en la Ordenación sacerdotal.

El Papa explica, en el mencionado sermón, la necesidad que hay de pedirle a Dios esa purificación: “cuando nos disponemos a celebrar la liturgia para actuar en la persona de Cristo, todos caemos en la cuenta de cuán lejos estamos de él, de cuánta suciedad hay en nuestra vida”.

El cíngulo de la pureza y la estola de la autoridad espiritual. Revestido con el alba, el sacerdote se ciñe con el cíngulo, un cordón blanco o del color de los ornamentos, símbolo de la castidad y de la lucha contra las pasiones desordenadas.

Mientras se lo coloca en la cintura, el ministro eleva a Dios esta plegaria: “Señor, ceñidme con el cíngulo de la pureza y extinguid mis deseos carnales, para que permanezcan en mí la continencia y la castidad”.

Acto seguido, se reviste con la estola, una banda del mismo tejido y color que la casulla, adornada con tres cruces: una en el medio y las otra dos en los extremos.  Simboliza la autoridad espiritual del sacerdote y también el yugo del Señor, que debe llevar con valentía y por el cual ha de recuperar la inmortalidad. Se la pone alrededor del cuello, pendiendo sobre el pecho y la asegura con el cíngulo, mientras reza: “Señor, restaurad en mí,  la estola de la inmortalidad, que perdí por la desobediencia de mis primeros padres e, indigno como soy de acercarme a vuestros sagrados misterios, pueda alcanzar el gozo eterno”.

El yugo del Señor simbolizado por la casulla. Por último, se pone la casulla, que completa la indumentaria propia a la  celebración de la Santa Misa. La oración para vestirla también hace referencia al yugo del Señor, pero recordando cómo es liviano y suave para quien lo soporta con dignidad: “Oh Señor, que dijiste: ‘mi yugo es suave y mi carga ligera’, hace que sea capaz de llevar esta vestimenta dignamente, para alcanzar vuestra gracia”.

A propósito de esto, el Santo Padre nos enseña: “Llevar el yugo del Señor significa ante todo aprender de Él. Estar siempre dispuestos a seguir su ejemplo. De Él debemos aprender la mansedumbre y la humildad, la humildad de Dios que se manifiesta al hacerse hombre. Su yugo consiste en amar como Él. Y cuanto más lo amamos a Él y cuanto más amamos como Él, tanto más ligero nos resulta su yugo, en apariencia pesado”.

Revestido así, de acuerdo con las sabias indicaciones de la Santa Iglesia, el sacerdote sube al altar hacia el Sagrado Banquete, dejando claro a todos, y así mismo, que está actuando en la persona de Otro, es decir, de Nuestro Señor Jesucristo.

Los ornamentos de la iglesia.

El templo, que más comúnmente llamamos “iglesia”, es también la casa del pueblo de Dios, reunido para escuchar la Palabra de Dios, para rezar, para fraternizar como hijos de Dios, para  “celebrar el gran banquete”.

Las vestiduras de la iglesia, pertenecen también a los elementos materiales de la liturgia. Tienen su profundo significado. Ya que estas van encaminadas al “banquete”, que se celebra sobre el altar. Es aquí donde Dios Padre nos servirá a su Hijo Jesús, como Cordero inmaculado, para alimento del alma.

La decoración del altar en la iglesia muestra los diferentes tiempos litúrgicos. La Iglesia Católica sigue un calendario litúrgico, que indica las estaciones del año, las fiestas y los colores que se utilizarán en las decoraciones, así como prendas de vestir de los sacerdotes. Las fiestas más importantes o temporadas que observa la iglesia católica son:

ADVIENTO,  NAVIDAD, TIEMPO ORDINARIO,  CUARESMA,  PASCUA,  PENTECOSTES,  TRINIDAD,  CORPUS CHRISTI,  FIESTAS MARIANAS

BIBLIOGRAFÍA
Revista “Heraldos del Evangelio”
Número 69, abril 2009, pag.48 – 51

La diversidad de colores en las vestiduras sagradas pretende expresar con más eficacia, aún exteriormente, tanto el carácter propio de los misterios de la fe que se celebran, como el sentido progresivo de la vida cristiana en el transcurso del año litúrgico. Así los cristianos oran con sentimientos diversos evocados también por los colores de las vestiduras litúrgicas.

BLANCO y CREMA:

Se usa en tiempo pascual, tiempo de navidad, fiestas del Señor, de la Virgen, de los ángeles, y de los santos no mártires. Es el color del gozo pascual, de la luz y de la vida.
Expresa alegría y pureza. El color blanco y el color  crema  es el mismo color  liturgico, solo el cambio es por  el gusto del celebrante.

  ROJO:

Se usa el domingo de Ramos, el Viernes Santo, Pentecostés, fiesta de los apóstoles y santos mártires. Significa el don del Espíritu Santo que nos hace capaces de testimoniar la propia fe aún hasta derramar la sangre en el martirio. Es el color de la sangre y del fuego.

  VERDE:

Se usa en el tiempo ordinario (período que va desde el Bautismo del Señor hasta Cuaresma y de Pentecostés a Adviento). Expresa la juventud de la Iglesia, el resurgir de una vida nueva.
Se usa en los oficios y Misas del «ciclo anual».

  MORADO:

Indica la esperanza, el ansia de encontrar a Jesús, el espíritu de penitencia; por eso se usa en adviento, cuaresma y liturgia de difuntos.
Es signo de penitencia y austeridad.

DORADO o PLATEADO:

Subraya la importancia de las grandes fiestas. En los días más solemnes pueden emplearse ornamentos más nobles, aunque no sean del color del día

  ROSA:

Subraya el gozo por la cercanía del Salvador el Tercer Domingo de Adviento, e indica una pausa en el rigor penitencial el Cuarto Domingo de Cuaresma. Es símbolo de alegría, pero de una alegría efímera.

  AZUL:

Indica las fiestas marianas, sobre la Inmaculada Concepción.

  NEGRO:

Expresión de duelo.

TODOS ESTOS COLORES DEBEN ESTAR MARCADOS TAMBIÉN EN NUESTRO CORAZÓN:

  • Debemos vivir con el vestido blanco de la pureza, de la inocencia. Reconquistar la pureza con nuestra vida santa.
  • Debemos vivir con el vestido rojo del amor apasionado a Cristo, hasta el punto de estar dispuesto a dar nuestra vida por Cristo, como los mártires.
  • Debemos vivir el color verde de la esperanza teologal, en estos momentos duros de nuestro mundo, tendiendo siempre la mirada hacia la eternidad.
  • Debemos vivir el vestido morado o violeta, pues la penitencia, la humildad y la modestia deben ser alimento y actitudes de nuestra vida cristiana.
  • Debemos vivir el vestido rosa, solo de vez en cuando, pues toda alegría humana es efímera y pasajera.

Debemos vivir con el vestido azul mirando continuamente el cielo, aunque tengamos los pies en la tierra.